La importancia de la evolución de los modelos educativos: de la escuela tradicional al modelo constructivista.

En estos tiempos en que los modelos educativos están tan cuestionados, es importante saber de dónde viene la escuela para valorar mejor los logros obtenidos.

La escuela tradicional (que permaneció vigente hasta las grandes guerras), conlleva una enseñanza vertical, donde el maestro está arriba y abajo se encuentran sus pupilos, que no son más que sujetos pasivos en la enseñanza, basada prácticamente en la memorística, sin ningún tipo de razonamiento o demostración empírica.

Posteriormente, la influencia del conductismo, desarrollado por Watson y Skinner a finales del siglo XIX y principios del XX, llevará a los docentes a intentar moldear al alumnado a base de castigos y refuerzos, condicionando así el aprendizaje del alumnado a una metodología totalmente rígida.

Tras las 2 grandes guerras del siglo XX, la sociedad y las instituciones se empiezan a replantear la infancia y a fijarse en los posteriormente llamados precursores de la Escuela Nueva: Montessori, las hermanas Agazzi, Malaguzzi…, para construir un modelo educativo donde el niño y la niña estén protegidos y pasen a ser el centro del eje educativo; los teóricos comienzan a desarrollar modelos donde la sociedad (familia, escuela, instituciones…), sean buenas influencias para la educación emocional, social y cognitiva del alumnado.

Algo que ahora nos parece tan lógico como que el alumnado sea parte del proceso educativo, no se empezó a desarrollar hasta las primeras teorías constructivistas bien entrado el siglo XX.

Así, el aprendizaje no es solo una acumulación de saberes, sino que el alumnado aprende a través de experiencias, siendo parte de las mismas tal como describen autores como Piaget y Vigotski que han sido la base del modelo educativo vigente; en él, el alumnado participa con dinamismo en actividades de índole artística, emocional o experimental.

Todo ello no tiene sentido sin la figura del docente, cuyo papel fundamental es el de guía en la enseñanza; se reduce su intervención en el proceso, dejando el protagonismo al alumnado. Es decir, el docente propone actividades, prepara el ambiente y el material que se vaya a utilizar y observa y corrige posibles conductas. Esto deriva en una observación y detección más individualizada permitiendo detectar posibles anomalías que puedan ocurrir en el aula y también adaptar las diferentes propuestas y actividades a las características del alumnado, que puede ser muy diverso.

Como conclusión destacar que de este modelo debemos tener presente que poniendo al alumnado en el centro del aprendizaje se obtienen mejores resultados, ayudándoles a formar sus propios mapas mentales de los saberes adquiridos.

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